La princesa Mononoke

El último hombre.

el panqueque
8 min readFeb 28, 2019

La princesa Mononoke Es la séptima película de Hayao Miyazaki. Al igual que el castillo en los cielos y el resto de sus obras (a excepción, quizá de The Wind Rises), nos muestra a un humano fragmentado, pequeño y en conflicto. No se ven, aunque sí se mencionan, grandes imperios o ciudades, solo vemos pequeños poblados y unos cuantos individuos. Esto ya de por si nos habla sobre la manera en que Mononoke se comunicará con nosotros, mediante estos cuantos individuos representará a la humanidad, de forma similar a lo que ya había hecho Nausicaa años atrás.

La princesa Mononoke nos presenta la historia de un chico que busca deshacer la maldición que amenaza su vida, y de paso se enamora de una chica y termina, de una forma u otra, salvando al mundo. Que curioso, pues del argumento más maniqueísta y simple, Hayao logra sacar su película más humana y desesperada. La idea es simple: con un comienzo tan fantástico, en una tierra donde dioses y humanos se ven cara a cara, el espectador cae en la trampa de que el conflicto se resolverá cuando el protagonista (que para colmo es un príncipe), mate al malo… solo que no es así, la cosa se pone turbia, no ante la aparición de los demonios, sino ante la revelación de que, tanto la naturaleza como lo humano no son ni buenos ni malos aquí. El filme, nos presenta a individuos que luchan y protegen basados en sus ideales, en lo que creen, por eso Mononoke, al igual que Nausicaa, toma un aspecto casi profético y apocalíptico.

La muerte aquí, aparece cuando, como en Ponyo, el equilibrio de la vida se descompone, pero al igual que dicha película, aquí el “equilibrio” supone mucho más que un: no mates animales y respeta la naturaleza. Me explico, el dios Jabalí se convierte en un demonio en el momento en que cae en la rídicula idea de que, con el poder del espíritu del bosque podrá imponerse sobre el humano y devolver la vida a sus guerreros, y la maldición de Ashitaka, el príncipe, no es más que el odio basado en el temor y deseo de venganza. El mensaje nos parece claro, nuestro enemigo no es el otro, sino nosotros mismos, y nuestra incapacidad de comprensión, de empatía. Se ve en la co-protagonista, San, la mismísima princesa Mononoke, hija de la diosa Moro, no es en realidad más que un humano. Que Ashitaka le diga que es hermosa le sonroja porque esto le recuerda que el humano también es capaz de amor y que quizá no sea el enemigo. La realidad es brutal, si el enemigo es como yo y siente como yo ¿qué me diferencia de él? La falta de diálogo es lo que finalmente destruirá a los bandos, que al final, solo terminaron siendo marionetas del ser más poderoso y ambicioso del filme, el emperador que no busca más que la inmortalidad misma, y que, lamentablemente, recuerda más al humano que a cualquier otro personaje.

Es fácil escribir las palabras que escribo para justificar la conducta de los seres de la naturaleza, que solo buscan defender lo que se les está arrebatando. Resulta igual de fácil ver esta película como un gesto misántropo, y muy difícil de ver sin “nubes de odio”, pero no caigamos en reduccionismo, La princesa Mononoke es mucho más que esto, aunque eso sí, no nos lo pone fácil. Después de todo, Lady Eboshi que, por su apariencia joven y audaz, así como por su personalidad orgullosa, fuerte y avariciosa, intuyo, representa el hombre moderno, no busca nada más y nada menos que “gobernar el mundo”, lo cual es profundamente egoísta y parece ser causa de todo el odio en el mundo de Mononoke. Pero la realidad no podía ser tan simple, no es por nada que una vez llegado a pueblo Hierro, Ashitaka se encuentra con una sociedad que revindica a la mujer, le da el lugar que siempre se ha merecido como trabajadora. Lady Eboshi salva a prostitutas y leprosos, no solo del exilio y de la alienación, pero de la monstruosa duda existencial, les da un sentido y un valor a sus vidas, una nueva energía vital aparece.

Si San representa la vida como fue concebida, la energía del espíritu (del bosque), Lady Eboshi representa a los seres vivos que fueron tratados con rudeza, para los cuales la vida fue injusta; seres que niegan que la vida proviene de cualquier ente superior, porque el mundo les parece absurdo y indiferente, y que, al revés, encuentran dicha energía en su interior. En definitiva, Lady Eboshi representa una suerte de humanismo (o más bien existencialismo, pero muy materialista).

Así, una película que en un principio era “A y B se odian, pero no tienen porque ser A y B en primer lugar”, lo cual ya es de por sí un mensaje necesario hoy en día, a ser una sobre el doloroso camino del hombre moderno y la deconstrucción de la metafísica que daría paso al postmodernismo. Las explosiones que hacen volar jabalíes por los aires, las armas y las batallas tan explícitas, y las escenas chocantes, como cuando San saca el veneno del cuerpo de su madre con su propia boca, o cuando la bala atraviesa la cabeza del espíritu del bosque que hasta ahora parecía inmortal, están ahí para reforzar dicho mensaje, nos muestran a un mundo confundido y dominado por el conflicto, donde las atrocidades de la guerra han llevado a la mecanización y planificación de homicidios en masas, y por eso tenemos escenas tan gráficas incluso cuando se trata de una fantasía a primera vista “amigable”, para bien o para mal el mundo ha de abandonar su estado puro y sagrado. Miyazaki sí que había tocado temáticas sensibles antes, como en Porco Rosso o con Nausicaa, pero nunca de una forma tan real y contundente (que no por ende mejor).

Las palabras que mejor muestran lo dicho son las del diálogo final entre San y Ashitaka: ella dice que el espíritu del bosque ha muerto, a lo que él responde “no ha muerto, el es vida y está aquí intentando decirnos algo”. Al principio parece tratarse de Ashitaka consolando a San, pero hay que comprender la gravedad de las palabras de San: El Hombre finalmente logró tomar la cabeza del creador de la mismísima vida, de lo más sagrado en este mundo. No hay que olvidar que el mundo de La princesa Mononoke es un mundo fantástico, donde los dioses y humanos convivían en harmonía, sin embargo, al final del filme todos los dioses han muerto, y los seres fantásticos no dejan ningún rastro. Para más inri, el imperio y el pueblo del protagonista, que ya desde el principio ocupan un espacio mínimo dentro de la narrativa, se encuentran en un estado de decadencia absoluta. El último atisbo de progreso queda en el pueblo Hierro, que apenas es consiente del espíritu del bosque… Con el avance acérrimo, las tradiciones se pierden, y con ellas el respeto a lo espiritual. Las palabras de San no pueden ser tomadas en un sentido literal, porque sería absurdo de su parte decir esto después de ver al espíritu reclamar su cabeza e irse tranquilamente, joder si hasta hay una toma que muestra muy bien esa desesperación que luego se otra en alegría al ver la vida perseverar ante la tormenta, no aquí la herida que queda es otra.

paralelo entre lo humano (bandera) y la naturaleza, la metáfora se hace más evidente.

A lo que yo creo, ella se refiere es que después de tanto tiempo, el humano mostró su verdadera cara, lo logró, mató a Dios, o más bien, a los dioses, a lo sagrado, al equilibrio. Por esto mismo, es que la conclusión cubre tan solo unos pocos segundos, nos deja con muchas dudas sobre el futuro de la civilización ficticia que crea Miyazaki, pero es porque el mismo no puede saber, como nadie lo hace, lo que el futuro nos depara, y por eso mismo el final resulta tan amargo, porque no hay final feliz, se queda a la mitad, porque la Historia no ha acabado, nos toca a nosotros forjar nuestro destino, sí es que eso es posible. El final cubrirá pocos segundos, pero son lo suficientes para mostrarnos que, si bien la vida fue restablecida, en cierto modo, todo ocurre como si de una fatalidad se tratara, y el impacto final, es que San y Ashitaka no podrán seguir juntos.

Esto es importante porque, lejos de que su relación represente “la unión entre dos bandos”, representa, ante todo, la lucha que emprenden los dos, especialmente Ashitaka (por tener más tiempo en pantalla) contra el mundo. Pero ojo, sus batallas no son para ganar o vencer, son para proteger lo que, a su modo de ver, es lo más importante y bello, la vida misma (recordemos que San representa la energía vital). Por eso se hace tanto hincapié en el amor de Ashitaka hacia la Princesa, porque Miyazaki no pretendía mostrarnos el típico romance, y con ello el típico mensaje del “poder del amor”. El ejemplo más grande será con San, pero en realidad es lo mismo con todos, espiritualidad e individuos son explorados de forma crítica (como el ejemplo ya citado del rey Jabalí, ciego ante su fe), pero justamente la crítica no (ni tiene porque) excluye la apreciación; y con cada uno de ellos, a mayor o menor medida, Ashitaka se fascina por la vida y como fluye entre cada uno de ellos, desde Lady Eboshi hasta San. Solo hace falta ver la manera en que nos presentan al espíritu del bosque a lo largo del filme, siempre distante, lejos del conflicto y, sobretodo, actuando de forma instintiva, irracional. Cuando por fin se acerca ¿qué vemos? Que en un vacío, su pisada emana vida, y esto es importantísimo, porque, a diferencia de los dioses, el espíritu NO habla, NO comunica y parece, de cierto modo, absurdo. El espíritu del bosque, esa entidad que las religiones solo atisban, es la esencia misma de la vida, sea lo que sea. Se ve también en su diseño, mientras que los dioses son animales que comprendemos pero a más grande escala, el espíritu del bosque es un ser, mezcla de toda forma de vida, que juntas forman algo más que la suma de todas estas, algo que no logramos comprender (por eso su rostro que, a pesar de tener forma humana puede resultar algo inquietante). Pero no tenemos por qué llegar tan lejos ya que la clave también reside, por ejemplo, en el contraste que resulta del pueblo hierro y el boque. A pesar de ser lo contrario en color, diseño e incluso en animación (el pueblo está lleno de movimiento mientras que el bosque es más contemplativo, con paneles moviéndose de izquierda a derecha), los dos exudan vida a su manera, tienen comunicación, problemas y alegría. La relación entre Ashitaka y San, finalmente, significaba que mientras unos estaban cegados por el conflicto o por el poder; el futuro, la vida estaba pasando ahora mismo, aquí, entre estos dos. Mientras la empatía no se rompiera, todavía había una manera de enmendar los errores.

El final de la princesa Mononoke me parece fuerte porque no pretende engañarnos, no es una palmada en la espalada diciéndonos que todo estará bien, es una película con ideales, claro, pero que no cae en estigmatismos, puesto que esto iría en contra de su propia filosofía. Es un vaso de pura, transparente, y líquida realidad. Y por eso mismo, por ese mosaico complejo de emociones, se vuelve una de mis películas favoritas.

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